lunes, 8 de febrero de 2016

Colaboración: Abrir la Filosofía

ABRIR LA FILOSOFÍA

Jhon Alejandro Pérez Jiménez[1]

“Lo que yo llamo “actitud crítica” es algo que no pasa necesariamente por la filosofía como “disciplina”, y que lo mejor sería hablar de “practicas filosóficas” que se despliegan en muchos ámbitos del conocimiento, (no sólo del académico), y que tampoco tienen que pasar necesariamente por el ejercicio profesional de la filosofía”. - Santiago castro - Gómez.–(Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la "invención del otro".)-[2]

“La filosofía es una actividad que con discursos y razonamientos procura la vida feliz.”, enseñaba Epicuro, particularmente, en su “Carta a Meneceo”, o el ejercicio del arte de saber regir la vida.   Esta particular manera de entender y practicar la filosofía se ha venido relegando a una única dimensión.  Con esto, no voy a cuestionar ni a criticar a la filosofía, (profesión que quiero y estimo), sino a una forma particular de entender a dicha actividad: La académica.  Para dicho propósito, el presente escrito se centrará en la tarea de la filosofía desde su comprensión como actividad humana y social, (Lo filosófico); y no solo desde su extensión como concepto o materia de estudio, (La filosofía).

Esta distinción entre comprensión y extensión epistémica se puede comparar con la realizada por Carl Schmitt entre la política y lo político: “El concepto de Estado supone el de lo político” (Schmitt; 1991:49), distinción que, lejos de estar enmarcada por el cambio de género en los artículos y sustantivos, señalaban dos momentos diversos de estática o dinámica social, tal como lo señala Chantal Mouffe:


Concibo “lo político” como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas, mientras que entiendo a “la política” como el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo político.(Mouffe, 1999:16).
En este orden de ideas, lo político se caracterizaría  y se diferenciaría de la política, por su carácter dinámico y fluctuante que, como criterio teleológico, tendría la institución del orden social propio de la política “Lo político indica el modo de institucionalización de una sociedad, la puesta en forma del todo, el proceso mediante el cual la sociedad se unifica a pesar de sus divisiones” (Arditi, 2005, 220).  Estas concepciones y visiones de mundo, siempre están en contexto.  Dicha distinción la encontraría útil para el propósito del presente escrito, ya que, grosso modo, entendería la tarea de la filosofía desde su ámbito dinámico, activo y antagónico.  Y no solo desde su ámbito institucional, como ese conjunto de prácticas a través de las cuales se crea un determinado orden de entender la forma de hacer filosofía.  En ese sentido, se suele entender la dimensión de la filosofía – no la dimensión de lo filosófico-, como un ámbito dialógico entre las distintas filosofías que se pueden ver dentro de un régimen institucional de estudios, (idealista, materialista, existencialista, etc).

Es curioso que el escrito de Platón, como por ejemplo, El Filebo, se presente en forma de diálogo, ya que dicho diálogo nunca incluye un intercambio simétrico de argumentos: Se presenta a un Sócrates que ocupa la posición de aquél que “sabe que no sabe nada” y a partir de ello arruina a sus interlocutores, siendo el personaje principal que se encarga de hablar, mientras que la contribución de sus interlocutores se limita a enunciados ingenuos como: ¡Así es, ¡ Tienes razón, por Zéus!. Y cuando toma su palabra, en este caso Protarco, asiente, consiente, presta su acuerdo[3]  En síntesis, podemos decir que “EL Filebo muestra un Sócrates que acierta a poner una bala entre los ojos de Protarco antes, incluso, de dignarse, (como gran señor), a tirar del gatillo” (Onfray: 145, 2007).
Como lo ha señalado Alain Badiou[4], la filosofía es inherentemente axiomática, es el despliegue consecuente de una intuición fundamental, estas intuiciones son de carácter individual, resultado de la experiencia y trabajo sobre uno mismo y el contexto en el cual cada uno se desenvuelve, ya que el filósofo no toma de la mano, sino que entrega los medios para llevar a cabo una marcha solitaria: no se hace el trayecto de otro, no se puede filosofar en su lugar, así como tampoco se puede sufrir, vivir o morir en lugar de otro.  Esta actividad cotidiana que es el filosofar vincula dos aspectos que usualmente suelen verse de forma disociada: La vida y el discurso, el verbo y la carne.  Estos vínculos entre palabra y vida se producen a través de encuentros, de co-existencia de planos, (como lo diría Deleuze) y de resonancias que dan origen a un discurso filosófico.  En palabras de Pierre Hadot: “ El discurso filosófico debe ser comprendido en la perspectiva del modo de vida del que es al mismo tiempo medio y expresión y, en consecuencia, que la filosofía es, en efecto, ante todo, una manera de vivir, pero que se vincula estrechamente con el discurso filosófico” (Hadot: 85: 1998).  Es en este sentido que propongo la distinción entre la dimensión de La filosofía, (la manera institucional y académica) y la dimensión de lo filosófico, ( la parte antagónica que permanentemente pone en encuentro discurso y vida),  como dos maneras de entender aquella labor o tarea de la filosofía en función de transfigurar la vida, de operar una conversión netamente identificable en lo cotidiano; pero parecen quedar lejos de nosotros aquellos tiempos en que lo filosófico tenía un profundo impacto en la vida de quienes la cultivaban, cuando era una práctica que conllevaba toda una ejercitación cotidiana y un estilo de vida.  Pero la filosofía ha llegado a ser sinónimo de especulación, disociada de nuestras realidades concretas, inmanentes, ejerciendo grandes trabajos teoréticos y de reflexión estéril.  Lo filosófico era concebido, sobre todo, como arte de vida.  Pero como mencionaba en líneas anteriores, lo filosófico fue dejando de concebirse como un arte de vida, para convertirse en una actividad estrictamente teórica, sin ninguna conexión práctica para una vida, ya sea individual o social.  Hoy en día se entiende por la filosofía una disciplina académica y un tema de análisis y reflexión, rara vez una práctica, un sistema global de vida.  Se concibe como una manera disociada, solo bajo su dimensión académica y profesoral.   Tal pareciera que ya no es preciso ningún compromiso activo con la propia integridad para ser filósofo y que el conocimiento filosófico ya poco tiene que ver con una vida plena y solo con la vida teórica de la academia.  Aunque dentro de la connotación académica de la filosofía, existen reflexiones  que enfatizan las relaciones entre el pensamiento, la acción humana y sus efectos; principalmente la ética y la filosofía política.

Por ejemplo, la inter-subjetividad pública, basada en el mutuo reconocimiento entre pares  e iguales, (debido a la facultad de la tolerancia, como esfera mutuamente dependiente del ámbito civil y político dentro de un orden social), como arte de lo posible de la civilidad, o el gobierno civil, como lo dirían pensadores como Voltaire y Locke, basados en aquella autonomía que nos ayuda a reconocernos y a reconocer a los demás como miembros libres dentro de un orden social[5].  Y en el ámbito de la ética, como ejemplo se puede citar la reflexión realizada dentro del contexto religioso a Marcilio de Padua por pensar una despolitización de la religión y una des-teologización de la política, ya que éste, al ser nominalista, reivindicaba lo particular e individual del nombre, sobre las generalidades y complejidades de “los universales”[6], y comprendía a las religiones como función ética de cohesión social.  Otro ejemplo de filosofía práctica serían las reflexiones kantianas en torno a la razón práctica, como intento de unir discurso y práctica.
Según Paul Ricoeur, a Kant le corresponde el mérito de haber recuperado la certeza del otro en el ámbito de lo ético[7], (el imperativo Kantiano sobre la concepción de la persona, que puede resumirse así: La persona no es medio, sino fin en sí misma)[8].  La experiencia humana es que el otro no es una cosa, entre las cosas, sino un sujeto humano que se debe reconocer como igual en derecho a su libertad, es decir, como sujeto autónomo. De todos los seres humanos que quieren que se les reconozca como alguien y no como algo.

Por lo anterior, se puede decir que un filósofo, siguiendo el ejemplo antiguo – y cristiano,[9] lo es porque en su vida lo demuestra y en su relación consigo mismo, con los otros y con el mundo.  En un libro titulado “La comunidad filosófica”, Michel Onfray se refiere a esta idea, citando un ejemplo interesante: En “Subasta de vidas” el escritor y humorista de origen Sirio llamado Luciano de Samosata triunfa exhibiendo las contradicciones de los filósofos de antaño, por ejemplo, ascetas epicúreos que profesan la frugalidad, pero les encantan las golosinas; los plácidos estoicos, inaccesibles a los golpes de la suerte sobre el papel, se muestran, en la vida, ávidos, coléricos y arrebatados,(Onfray: 45: 2008).  Dichos ejemplos muestran lo contrario de pensar la filosofía y de vivirla, que podría resumirse así: una vida filosófica, el trabajo existencial, la escritura y la construcción de sí mismo en tanto obra de filósofo; la teoría entendida como una oportunidad de práctica y viceversa, la experiencia utilizada como una especie de laboratorio donde se puede generar y crear pensamiento; la interacción crítica constante entre ideas y vida.

Finalmente, quisiera cerrar dicho escrito con dos pequeñas reflexiones abiertas en torno a la filosofía: Una primera reflexión acerca de la utilidad de la filosofía. Y una segunda reflexión, que iría de la mano con la primera, acerca de la tarea de la filosofía.  En este punto me interesa incursionar a través de unas preguntas, preguntas que en mi experiencia personal y social siempre han estado a la orden del día y que yo, como estudiante de esta rica e interesante tradición, no puedo dejarlas sin resolver, o al menos, intentar resolverlas: 1)¿Por qué la filosofía ha llegado a ser considerada por la mayoría de personas como algo abiertamente inútil?. 2) ¿Por qué el estudiante que aprende la asignatura suele afirmar que de poco le ha servido ese vertiginoso paseo por las reflexiones filosóficas, (sistemas a veces incoherentes y que en algún grado ven conexión entre sus vidas y su realidad). 3) ¿Por qué tantas personas piensan que la filosofía es un reino inaccesible, lingüísticamente hermético, del que sospechan que pocas cosas pueden obtener?

Respecto a la primera pregunta, podemos decir que se considera a la filosofía inútil, por el parámetro y connotación de utilidad que se ha manejado referente a la actividad filosófica, puesto que para algunos estudiantes de filosofía y profesores de filosofía, el valor de la filosofía, (su característica fundamental), consiste en que no es un saber directamente “útil”, ya que es una actividad libre que no precisa venderse a ningún resultado.  Sin embargo, las nociones de utilidad y libertad no son necesariamente excluyentes.  Por ejemplo, el Diccionario de la lengua española nos dice que la palabra “Útil” significa aquello que puede servir o aprovechar, lo que produce un resultado provechoso.  Dichos resultados provechosos pueden verse desde un ámbito meramente instrumental y extrínseco, (cuando optimizo un trabajo con la ayuda de un instrumento). O dichos resultados se pueden ver desde un ámbito no-instrumental e intrínseco, (Por ejemplo, cuando tengo utilidad o beneficio social y familiar en una salida al campo, o cuando dispongo tiempo a lecturas).
En torno a la segunda pregunta, referente a un proceso de enseñanza y aprendizaje de la filosofía, podemos señalar que, en términos kantianos, hay una separación entre los medios y los fines, entre el aprendizaje y la práctica.  Porque aprender debería ser algo en sí mismo, no solo un medio para acceder a otra cosa, como un cartón o título universitario; sino que dichos títulos deben justificarse precisamente por la calidad de lo estudiado y por la gracia del conocimiento.  Como lo diría William Ospina en un ensayo titulado “Preguntas para una nueva educación”: “Así como a medida que dejemos de vivir en el cielo aprenderemos a hacer nuestra morada en la tierra, a medida que dejemos de estudiar solo para el grado aprenderemos que la rama del conocimiento y la profesión que escojamos deben ser nuestro goce en la tierra” (Ospina: 24: 2012).  Acá Ospina, hace énfasis en el valor de una pregunta que debería orientar la práctica educativa: ¿Para qué?, para qué estudiamos lo que estudiamos.  Dicho interrogante amerita una reflexión tanto de los estudiantes como de los docentes de un determinado campo de estudio, como por ejemplo, el filosófico.

De ahí la necesidad de no concebir solo a la filosofía desde su campo meramente disciplinar, como si la filosofía fuera solo privilegio y monopolio de unos pocos: aquellos que se encierran en una forma disciplinar a estudiar la filosofía, temas que desde la disciplina se consideran como lo estrictamente filosóficos, ( Lo bello, lo bueno y lo verdadero, el origen del tiempo, la realidad de las ideas, la función de la razón, la formación de un razonamiento, etc) y se dejan de lado otras cuestiones, como por ejemplo el gusto, (no solo los nobles, sino también los innobles), la relación entre el pensamiento, (Logos), y vida, (bios). Etc.  Y la tercera pregunta, se relaciona con esta, ya que si no hay una relación filosófica entre los contenidos o temáticas de la disciplina y la realidad y vida en que se enseñan y aprenden, se entenderá a la filosofía, en su dimensión disciplinar, como un campo cerrado y hermético, cuyo acceso solo se le está permitido a los iniciados e iluminados por la luz de la razón.
En este punto, y al articular lo anterior con lo que hemos hablado  sobre la filosofía, se puede utilizar la expresión de “abrir las ciencias sociales”, pero en el particular, sería “Abrir la filosofía”, abrir la forma disciplinar de entender la actividad y el arte filosóficos a una forma interdisciplinar que acompañe toda formación critica de los diversos conocimientos tanto en el campo de la ciencia, como de las humanidades.  Puesto que, las disciplinas, al ser ámbitos que agrupan diversos tipos de conocimiento en parcelas y fragmentos de representación, materializan la idea  de que la realidad debe ser dividida en fragmentos para alcanzar un conocimiento analítico de una de dichas partes, ignorando sus conexiones con todas las demás.  “Lo que hace una disciplina es, básicamente, recortar un ámbito del conocimiento y trazar líneas fronterizas con respecto a otros ámbitos del conocimiento” (Castro-Gomez: 2010:83).

Siguiendo la imagen de la apertura, utilizada por el sociólogo Inmanuel Wallestein, quien la plasmó en un trabajo coordinado por él,  titulado: “Abrir las ciencias sociales[10]”; dicho trabajo  consiste en la reflexión sobre el papel fundamental de las ciencias sociales como campo, no solo disciplinar, sino inter-disciplinar, (o trans-disciplinar, los significantes no deben alterar el significado),  que acompañe y permee las reflexiones de áreas concebidas como separadas por la distinción entre “Ciencia” y “humanidades”.  Para tal fin, el informe converge en los siguientes puntos: 1) La reunificación epistemológica de las denominadas dos culturas, esto es, la de las ciencias y las de las humanidades. 2) La reunificación organizacional de las ciencias sociales 3) La asunción por las ciencias sociales de un papel de centralidad, (que no implica hegemonismos), en el mundo del conocimiento[11].

Lo anterior, entonces, podría resumirse en dos puntos que convergen en una de las muchas formas existentes para “Abrir la filosofía” de su ámbito meramente disciplinar y analítico: El favorecimiento de la transdisciplinariedad contribuye a cambiar aquella lógica exclusiva, (esto o aquello, filosofía o biología, etc.), por una lógica inclusiva, (esto y aquello, filosofía y biología, etc.), Abrir la filosofía, significaría, por ello, luchar contra la “babelización” y la departamentalización del conocimiento filosófico en cubículos y feudos que fragmentan el ejercicio filosófico.


2.      La universidad, con sus facultades de filosofía, debería propiciar y apuntar hacia aquello que el intelectual Boaventura de Sousa Santos ha denominado “Una ecología de saberes”, es decir, entablar diálogos, (no monólogos) y prácticas articulatorias con aquellas formas de conocer que fueron excluidas del mapa disciplinar de la filosofía, por habérselas considerado como “míticas”, “pre-filosóficas” y “pre-racionales”, (el famoso paso del Mythos al Logos).

Tal vez, esta sea una de las muchas tareas que tiene un arte y una actividad filosófica; una actitud permanente de crítica y reflexión, que se centre no solo en los temas de la filosofía, sino en tratamientos filosóficos de problemas que se nos presentan en nuestra cotidianidad, que amerita un proceso de trabajo, práctica y esfuerzo permanente por construirse a sí mismo, al mundo y a los otros, como una especie de obra de arte y sobre todo,  con una ambición socrática: Conocerse a sí mismo.
Un conocimiento que debería apuntar hacia una ampliación del campo filosófico de visibilidad abierto por la concepción universitaria y disciplinar de la filosofía, dado que ésta fue incapaz de abrirse a dominios prohibidos, como las emociones, la corporalidad, el sentido común, y los saberes ancestrales.  Un pensamiento, una sabiduría integral en la que la filosofía disciplinar o de salón pueda “enlazarse” con otras formas de producción y tratamiento de saberes y de reflexiones, con la esperanza de que la filosofía sea menos un ejercicio teórico, descarnado y carente de toda vitalidad y más una actividad y ejercicio práctico de constante tratamiento reflexivo. Ya que, si se me permite la analogía jurídica, la filosofía es cuestión del mundo y sus afanes y no, como pretenden algunos, solo de terminología y jurisprudencia.

REFERENCIAS:
·         Arditi, Benjamín, 2005 “¿Democracia post-liberal?, el  espacio político de las asociaciones”. Editorial Anthropos, Barcelona.
·         Castro-Gomez, 2005. “La hybris del punto cero, Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada, (1750-1816). Bogotá, Ed. Pontificia U. Javeriana.
·         Locke, John. 1994. “Carta sobre la tolerancia” Madrid, Técnos
·         Mouffe, Chantal  1999. El retorno de lo político. Paidos
·         Onfray, Michel. 2008 La comunidad filosófica. Manifiesto por una universidad popular. Ed Gedisa, España.
·         Padua, Marsilio “El defensor de la paz” Madrid, Tecnos 1989, primera parte., Pp, 70-75.
·         Ricoeur, Paul,  2001 “ideología y utopía” Ed. gedisa, Barcelona.

·         Voltaire, 1999  “Tratado sobre la tolerancia” Barcelona: Crítica






[1] Lic. En filosofía y lengua castellana de la U. Santo Tomás, Magister en ciencias políticas de la U. De los Andes
[2] Castro-Gómez, Santiago. Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la "invención del otro". En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Julio de 2000

[3] Zizek, Slavoj “Órganos sin cuerpo, sobre Deleuze y sus consecuencias” ed Pre-Textos Pg 13.
[4]  Alain Badiou, “Manifiesto por la filosofía” Ed Catedra. Pg 12
[5] “El estado es, a mi parecer una sociedad de hombres constituida solamente para procurar, preservar y hacer avanzar sus intereses de índole civil […] Toda jurisdicción del magistrado se extiende únicamente a estos intereses civiles” (John Locke – Carta sobre la tolerancia-).
[6] “Todo ciudadano debe ser libre  y no tolerar el despotismo de otro, es decir, un dominio servil. Y ello no ocurrirá si la ley la diera alguno o algunos solos con su propia autoridad sobre la universalidad de los ciudadanos; dando así, serían déspotas de los otros. Y por eso los restantes ciudadanos, es decir, la mayor parte, llevarían pesadamente o de ningún modo la tal ley, por muy buena que fuera, y protestarían de ella víctimas del desprecio y, no convocados a su proclamación, de ningún modo la guardarían” (Marcilio de Padua – El defensor de la paz-).
[7] Cf. P. Ricoeur “simpathie et respect” Pp 387
[8] Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia,  resumiría dicho dictum Kantiano con la siguiente máxima: “No hagas lo que no quieras que te hagan” (Voltaire, Pp 39).  Este es propio del derecho humano, que va en contravía con el “derecho de intolerancia”, “ya que es el derecho de los tigres; es mucho más horrible aún, porque los tigres no se destrozan sino para comer, y nosotros nos exterminamos por unas frases” (Voltaire, Tratado sobre la tolerancia - Pp 40). 
[9]  Por ejemplo, en su “Elogio de la locura”, Erasmo afirma que un auténtico cristianismo es signo de una sabiduría loca; recurrir a la ironía, al humor, la risa; re-activar el tema de la amistad Epicúrea En uno de sus “Coloquios” (1533), titulado “El epicúreo”; Erasmo explica claramente  su relación con Epicuro y el tema de la amistad “La culminación de la dicha epicúrea es el cristianismo” (Erasmo, “El epicúreo”).

También es interesante ver cómo  Aristóteles daba una gran importancia a la amistad, entendida como una virtud para la vida en común: “El hombre de baja condición lo hace todo por amor a sí mismo, y tanto más cuanto peor es; por eso, se le reprocha que no hace nada ajeno a su propio interés. En cambio, el bueno obra por el honor, y más cuanto mejor es, o por causa de su amigo y deja a un lado lo que le concierne; el mejor amigo es el que quiere el bien de aquél a quien quiere por causa de éste. Pero esto puede aplicarse mejor que a nadie a uno mismo, porque cada uno es el mejor amigo de sí mismo; por tanto, debemos querernos sobre todo a nosotros mismos” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX,)

[10] “Abrir las ciencias sociales”, Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestrucción de las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1996.
[11] Segrera, López Francisco, “Abrir, Impensar y redimensionar las ciencias sociales en América Latina y el Caribe” En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Julio de 2000

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