domingo, 4 de enero de 2015

La religión que hay que enseñar

Hoy tenemos una colaboración especial, el escritor y docente Jesús Zamora Bonilla participa con este escrito sobre la enseñanza:

Uno de los escollos más importantes para alcanzar el “Pacto Educativo” que tanto necesita nuestro país, es el de la enseñanza de la religión. Parece verosímil el pronóstico de que la asignatura de religión se mantendrá en los currículos como hasta ahora, con en los futuros gobiernos de la derecha haciendo que su nota cuente con valor académico y tenga una alternativa “seria”, mientras que con los gobiernos de la izquierda ambas cosas desaparezcan. En un escenario de mayor crispación, el conflicto podría enconarse mucho más, de tal manera que la propia religión desapareciese de la escuela cuando gobernara la izquierda, para tornar triunfante con la vuelta de la derecha al poder. Si deseamos una solución más satisfactoria, es obvio que ambas partes deben ceder en algunas de sus pretensiones maximalistas. Pretendo en estas líneas sugerir un par de estrategias que pueden facilitar el encuentro de un punto de equilibrio.

            En primer lugar, la izquierda debe reconocer que es falaz su argumento de que “la escuela pública (o sostenida con fondos públicos) debe ser laica, y por lo tanto las enseñanzas confesionales no caben en ella”. La falacia radica en que los “fondos públicos” proceden de los impuestos de los ciudadanos, y serán estos quienes, en último término, tengan el derecho a decidir lo que quieren recibir a cambio de ellos: si quieren clases de religión confesional, pues que las tengan (muchos políticos podrían recordar aquí aquello de Lope: “y puesto que lo paga el vulgo, es justo / hablarle en necio, para darle gusto”). El único límite, en todo caso, será el respeto a los derechos humanos y a los valores democráticos. La derecha, a cambio, debe aceptar que el derecho de unos a la enseñanza de la religión no puede suponer una carga para los que no quieran recibirla; al fin y al cabo, uno puede demostrar lo profundo de su convicción religiosa aceptando pasar (él, o sus hijos) algunas horas más en el colegio (in hic lacrimorum valle), o estudiando esa asignatura mientras los compañeros menos creyentes se dedican a otras materias más mundanas (p. ej., en la secundaria la religión podría incluirse entre las optativas, y en la primaria, darse a cambio de una hora de alguna asignatura no instrumental).

            En segundo lugar, y en mi opinión, más importante aún que lo anterior, creo que todos estaremos de acuerdo en que el conocimiento del “fenómeno religioso” es una parte fundamental de la cultura que todo ciudadano debería recibir. Este argumento se suele utilizar para defender que aquellos alumnos que no elijan la asignatura de religión confesional, tengan otra que verse sobre historia y filosofía de las religiones, o algo parecido, y cuyo contenido sea más bien “imparcial”. Pero, analizándolo de modo apropiado, el argumento sirve para justificar algo totalmente distinto: si el conocimiento general de las religiones y de su influencia histórica es algo imprescindible para la formación de los alumnos, ¡son precisamente los que desean estudiar una asignatura confesional quienes más necesitan el contrapeso de otros punto de vista! Esto quiere decir que, mientras que el fenómeno religioso “en general” pueden perfectamente estudiarlo todos los alumnos en las asignaturas de historia, arte, literatura, filosofía, cultura clásica, etc., en cambio, los alumnos que eligen la asignatura confesional deberían dedicar obligatoriamente una parte de ese tiempo a recibir información acerca de por qué es razonable que muchas otras personas no tengan esas creencias (información que, dicho sea de paso, difícilmente podríamos dejar que transmitiera el mismo profesor). Al fin y al cabo, las religiones han causado a lo largo de los siglos más muertes y más sufrimientos que el tabaco, y no está de más que quienes las consumen tengan una advertencia como la que soportan los fumadores en sus cajetillas. Así, a cambio de permitir al episcopado enviar a sus profesores a la tarea (dignísima, sea dicho sin un átomo de ironía) de transmitir la cultura y los valores católicos a muchos alumnos de centros públicos, los colegios religiosos deberían permitir, por ejemplo, que representantes de asociaciones de agnósticos y ateos los visitaran regularmente para exponer ante sus alumnos, con toda serenidad, la ínfima base racional de las creencias religiosas.

            Visto de otra manera: podemos preguntarnos si al derecho que asiste a los padres a educar a sus hijos “en” sus propios valores y creencias (los de los padres, se entiende), no le corresponde igualmente el derecho de los propios niños a conocer otros valores y otras creencias, y a adquirir la capacidad racional de elegir por sí mismos los que consideren más apropiados. Tengo muy serias dudas de que nuestro sistema educativo, pese a las proclamas ideológicas de las leyes y reglamentos que lo gobiernan, se tome en serio lo de fomentar la capacidad racional de elegir, pues se trata de una capacidad que exige mucha disciplina intelectual y afán por aprender, y esto son especies en peligro de extinción en nuestras escuelas. Pero, desde luego, el adoctrinamiento ideológico y religioso que con la excusa de la libertad educativa pretenden seguir ejerciendo algunos, es radicalmente contrario a la libertad individual que nuestros alumnos deberían alcanzar gracias a una educación racional y razonable.

            Es bien probable que ninguna de mis dos sugerencias se llegue a materializar definitivamente en la negociación sobre el sistema educativo, aunque confío en que cualquiera que las medite con imparcialidad llegará a la conclusión de que el obstáculo principal habrá sido el empecinamiento de las partes negociadoras, más que los propios vicios que las propuestas puedan tener. De todos modos, pienso que las sugerencias habrán tenido alguna utilidad si el hecho de discutirlas públicamente permite a los negociadores imaginarse alternativas nuevas, que puedan resultar más eficaces que estas modestas proposiciones.

Jesús Zamora es el autor de libros como ‘’Regalo de reyes’’ o ‘’La caverna de Platón y los cuarenta ladrones’’  entre muchos otros, y por supuesto recomiendo estos libros a todo aquel que le interese. Desde aquí quiero agradecer a Jesús su participación y su ayuda siempre que la he necesitado. 



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