domingo, 24 de junio de 2012

Kant y su obsesiva puntualidad

Lo principal en la vida de Kant era su rutina. Su existencia, al margen de su pensamiento, fue ni más ni menos que la de un autómata. Cada día de su vida era exactamente igual al anterior segundo a segundo.
A las dos y diez pasaba por delante de la charcutería, a las dos y trece, por delante de la relojería.
Su puntualidad era tal, que el mismo relojero ajustaba la hora de sus máquinas guiándose por su paso.
Cualquier molificación o desbario fuera de lo habitual lo desconcertaba tanto que le impedía pensar durante el resto del día.
Por eso no es de extrañar que un día no diera sus clases en la universidad por culpa de una salchicha. Ya que en la taberna donde el iba todos los días y pedía una cerveza y una salchicha, un día se encontró con que al tabernero no le quedaban salchicha.


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